Era imposible sentirse
mejor. La muerte de su padre llegó en un
buen momento de su vida, ese mismo día cumplía 33 años. Ahora con una fortuna a su nombre, gracias a
la herencia de su padre, sabía que el mundo estaba a sus pies. Era difícil no sonreír aun estando frente a
un centenar de personas que lloraban mientras la tierra cubría el ataúd. Se llevó las manos a la cara y cubriéndose la
boca sonrió plenamente. La paciencia había
dado sus frutos: era un huérfano dorado.
Cuando su madre murió, a causa de
un error mecánico en el Boeing 747 con destino a Paris, él sintió como una
parte de su corazón se iba con ella.
Fácilmente remplazó esa porción
de corazón ausente con una Model 29 .44
Magnum. Su padre, en cambio, nunca pudo
recuperarse de la pérdida de su mujer y cayó en una depresión que se extendería
hasta robarle el último aliento.
El funeral de la madre
transcurrió bajo una llovizna. El padre
nunca quitó su mano izquierda del hombro de su hijo mientras duró la
ceremonia. Dando suaves pero firmes
apretones el padre parecía estarle comunicando a su hijo, por código morse, que
a partir de ese instante se comenzaría a derrumbar. El hijo puso su mano sobre la de su padre y
le obsequió tres palmadas contestándole también en clave: adelante.
Con ambos padres bajo tierra y
una fortuna a su disposición el huérfano dorado era creador y dueño del nuevo
mundo que construiría una vez firmara los papeles legales. O en su defecto marcara con una x. Básico.
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